miércoles, 16 de abril de 2014

EL LENGUAJE GENERA NUESTRA REALIDAD


INTRODUCCIÓN A LA NEURO-SEMÁNTICA DE LA TARTAMUDEZ (parte 2)





El lenguaje genera nuestra realidad. El lenguaje no es solamente nuestras palabras pronunciadas, también es todo pensamiento fugaz, es lo que pensamos y no decimos, es toda creencia profunda consciente o inconsciente, es nuestra manera de juzgarnos y juzgar todo lo demás, es el significado que damos a todo lo que tiene que ver con nosotros. El lenguaje afecta a nuestro sistema mente-cuerpo y al sistema mente-cuerpo de las personas de nuestro entorno. Como dijimos en la primera parte, el lenguaje se in-corpora. Esta idea es muy antigua, como os voy a explicar:

El filósofo griego Heráclito, en el siglo VI a.C., fue el primero en reconocer el poder creador del mundo a través de la palabra. El Logos, la palabra, según Heráclito, era el fundamento de todo lo existente. Heráclito vivió en Éfeso, Asia Menor, cuando estaba bajo dominio persa.

Además, en arameo, la lengua de Jesús y de los antiguos judíos de Palestina, había una expresión que decía “avara ka d`avara”, que significaba “La palabra transforma”, es decir, describía el gran poder transformador de la palabra. Esta expresión pasó a los magos persas durante el cautiverio judío en Babilonia, y después los persas lo transmitieron a sus dominios de Éfeso, Asia Menor, actual Turquía, donde Heráclito vivía. Los magos persas la utilizaban en sus intervenciones mágicas para abrir lo que estaba cerrado y hacer posible lo imposible. Esta vieja expresión aramea pasada por el persa, ha llegado a nosotros como “Abracadabra”, expresión típica muy conocida del mundo de la magia.

Por otro lado, el también filósofo griego Epicteto ya nos decía lo siguiente: “Lo importante no son los hechos sino las opiniones que tenemos de los hechos”. El psicólogo Albert Ellis recuperó a Epicteto y nos recordó que no son los hechos los que nos afectan, sino nuestras creencias, interpretación o significado que damos a los hechos. Ellis elaboró una lista de once ideas irracionales muy conocidas que nos hacen la vida difícil, tal como explicaremos en un artículo posterior.

También conviene recordar los textos bíblicos del Génesis y del Evangelio de Juan. Yahvé generó el mundo por medio de la palabra: “Hágase la luz”, y la luz se hizo. Y en el Evangelio de Juan:

Al comienzo existía el Logos (Palabra-Verbo-Acción), y el Logos estaba con Dios, y el Logos era Dios (…) Todas las cosas han venido a la existencia por medio del Logos, y ni una sola cosa de las que han venido a la existencia han venido sin el Logos” (Juan, 1, 1-4).

El poder divino para crear todo lo que vemos y lo que no vemos por medio de la palabra, tiene su correlato en el poder de la palabra humana que genera su propia realidad.

Y en arameo, el Evangelio dice literalmente en Juan, 1,14: «Y la palabra se hizo carne» (bashra, en arameo).

En resumen, que somos nuestras palabras. Nuestro cuerpo y nuestras acciones y reacciones dependen de las palabras que tenemos interiorizadas en forma de creencias, historias, ideas, pensamientos, juicios, etc.

Pero no fue hasta el siglo XX, después de siglos y siglos de considerar al lenguaje como mera herramienta descriptiva de la realidad, cuando filósofos como Heidegger, Wittgenstein, Fernando Flores y Rafael Echeverría recuperarían la consideración del lenguaje como generativo de realidad.

Cada uno de nosotros y nosotras podemos comprobar cómo el lenguaje crea nuestra realidad. El jefe, el profesor, el padre o el policía que dicen: “Hágase tal cosa”, y tal cosa se hace. Si no lo hubieran dicho, tal cosa no se habría hecho. Las palabras de cariño o los insultos, los reconocimientos o los desprecios, las palabras de ánimo o las pesimistas, todas ellas crean diferentes escenarios en las personas, que las pueden llevar a lo más alto o a lo más bajo. Tal es el poder inmenso de la palabra o del lenguaje.

Y para comprobarlo observemos cómo se nos pone el cuerpo cuando nos decimos “No valgo para nada, soy un inútil”. O también cuando vamos a comprar algo y las palabras nos cuestan: solamente con que la persona de la tienda nos mire burlonamente nos sentiremos mal con ganas de desaparecer, pero si nos mira con aprecio, la cosa cambia.

Comprobemos cómo se nos pone el cuerpo cuando pronunciamos las palabras que Nelson Mandela se decía a sí mismo en sus duros y largos años de cárcel: “Soy dueño de mi vida, soy dueño de mi alma”. Estas palabras lo liberaron de su odio y deseo de venganza hacia los blancos. Probadlo con la mano en el corazón: “Soy dueño de mi vida, soy dueño de mi alma”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Hola, gracias por dejar tu comentario.